Todo proceso cognitivo, sea de orden teórico, natural o práctico requiere, como elemento propio y necesario, una base factual que la observación tiene el deber de recoger. La observación no es una operación mental que sea un fin en sí misma, orientada a la simple recogida de información, no se reduce a registrar datos, yuxtaponiéndolos los unos a los otros. De hecho, más allá de un cierto límite cuantitativo, las informaciones producirían tan solo una sobre-exposición informativa y por tanto generarían confusión.
La observación, a través de la percepción, no solo hace posible la adquisición de los estímulos externos que nos permiten captar la existencia de los objetos o de la evolución de los hechos, sino que está caracterizada por el hecho de atribuirles un significado. La observación no es una actividad pasiva ni una operación mental gratuita, sino que es el fruto de una elaboración activa por parte del sujeto que observa.
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La observación es, por tanto, una operación mental compleja, un modelo esencial dentro del proceso del conocimiento; es una fase indispensable para el inicio de cualquier proceso cognitivo.
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En la observación, como en los demás procesos cognitivos complejos, se comprueba la activación simultánea de dos procesos: un proceso que parte de la base (bottom-up), que permite el reconocimiento de los datos entrantes y un proceso que procede desde arriba (top-down), que permite atribuirles un significado.
La actividad de observación tiene como primera finalidad el conocimiento, en relación a una elaboración sucesiva. Esta elaboración determina las características de la observación misma; requiere, de hecho, sistematicidad, organización, puesta en relación y consideración del contexto. La observación es, por tanto, la operación mental que nos permite entrar en contacto con el mundo que nos rodea, pero al mismo tiempo es un filtro que podría convertirse en una lente deformadora. De hecho, deben distinguirse por una parte el hecho y por otra los instrumentos conceptuales, los intentos explícitos y conscientes de percibir el hecho de forma significativa. Debemos así distinguir entre el acontecimiento objetivo y el significado que se le atribuye, y es que unos mismos acontecimientos, cuando los instrumentos y el significado de la observación son diferentes, pueden dar lugar, asimismo, a observaciones diferentes.
La observación no se reduce a una mera recogida de datos; es necesario, tanto dotarlos de una organización sistemática, como de atribuir un significado a cuanto se ha observado, para permitir que el pensamiento vaya más allá de la información con la que contamos. Una observación carente de un carácter metódico e instrumental se aplana y se reduce a una noción genérica. Si las observaciones se realizan de forma ocasional, no adecuada y sin un criterio estable, se corre el riesgo de no distinguir entre características determinantes e irrelevantes. A partir de tales observaciones se pueden generalizar unas conclusiones que se entremezclan, invalidándolas, con convicciones personales o ideas parciales. La observación, por tanto, debe basarse en criterios, técnicas e instrumentos que aporten significado y que permitan la aprehensión racional de la realidad observada. Una observación que no atribuye un significado a lo que recoge, no solo es insulsa y estéril sino que, de hecho, carece de contenido.
Por tanto la observación no es solo la aplicación del aparato sensorial, sino también la aplicación de instrumentos conceptuales. Es necesario efectuar sobre los datos recogidos una operación de clarificación, explicitación y categorización sistemática para llegar a la reconstrucción, a la argumentación y a la formalización del conocimiento.
Así, en un análisis ulterior podemos decir que se observa para explicar y para Además debe tenerse presente que al hablar de conocimiento podemos hacer referencia a diferentes saberes: el saber ideográfico de las ciencias humanas, que tiende a comprender, y el saber nomológico de las ciencias naturales, que tiende a explicar.
Por tanto podemos distinguir entre:
Referencia
Bruner J.S. (1999), La cultura dell’educazione. Nuovi orizzonti per la scuola, Milano, Feltrinelli. (Trad. esp.: La educación, puerta de la cultura. Machado Grupo de Distribución: Madrid, 2013).
Título tomado del libro: Saber observar. Autor: Loredana Czerwinsky Domenis. pp. 18-20
Foto de Emilio del Prado. Tomada de Flickr